4 de septiembre de 2015

to be continued -porque va a seguir-

El día que sentí más fuerte y cerca tu latido de corazón fue el día que te sentí más lejos. Tu latido era el mío, pero del lado opuesto, no estaba en tu cuerpo, estaba en mi. El sonido constante no me dejaba dormir. Eso y todo lo que me dijiste y lo que te dije y lo que seguimos diciéndonos cuando ya nadie hablaba, que se repetía y se repetía en todo el espacio.
De repente en las risas hay llantos y de golpe hay nervios y temblor en todo el cuerpo. Qué sensación nueva. No creo que haya otra persona en el mundo que me haga pasar por todos los estados físicos posibles en menos de una hora. Me siento triste y lloro. Lloro bastante. Intento no hacerlo porque mirá si el jefe o si el alumno o si la tesorera o si la gente de la parada o del colectivo me ven. No sé si lo hago por duelo o porque sentí una bomba y un balde de agua fría. O si lo hago porque no sé qué otra cosa hacer, si actuar, si decir algo. Tampoco sé cómo hablar ahora, si las cosas cambiaron o no después de esa charla.
Los sentimientos y pensamientos siguen revolviéndose a cocción lenta, pero con mucho calor.
Yo sigo sintiendo lo mismo por vos, a mi no me cambió nada. Y ahora ya no le presto atención a lo que me dijiste porque sé del Amor -y porque intento convencerme -y estoy a punto de hacerlo- que todo es una mentira, un sueño, una fantasía-.
La noche fue intensa, la mañana mucho más, la tarde de melancolía, la noche de desesperación y ansiedad; y la medianoche de todo lo anterior junto.
Y ya viví esto... Yo esperándote, de alguna u otra manera esperándote. Que aparezcas, que me digas lo que quiero escuchar, que desmientas, que sigamos como estamos, así de bien.